martes, 15 de febrero de 2011

A Clockwork Orange

“A veces los sueños son lo único que nos diferencia de las máquinas.”
Dan Simmons, La Caída de Hyperion.

Usualmente relacionamos el género Ciencia Ficción con grandes avances tecnológicos y ambientes futuristas y eso es porque asumimos que la ciencia siempre es tecnología; sin embargo, psicología, antropología y filosofía también son ciencias y deberían tener esa importancia o quizás más porque hurgan hasta el fondo de lo más trascendental para la humidad: su psique. Meterse con esa parte del ser humano es audaz, pero quien logra descubrimientos e innovaciones está destinado a recibir el título de loco que se siente todopoderoso, más cuando se quiere moldear la mente para condicionar actitudes y respuestas que deberían ser voluntarias, no inducidas.

Anthony Burges, al escribir La Naranja Mecánica se vale de un entorno demacrado –cercano cyber punk- y de unos personajes sin escrúpulos para hacernos reflexionar sobre el papel que tiene el libre albedrío. Alex es un joven de 15 años que vive con –y de- sus padres en un edificio de apartamentos para la clase baja, pero él se puede permitir lujos, como la música, gracias a los ingresos obtenidos en delitos cometidos junto a sus tres drugos Georgie, Pete y El Lerdo. La historia indica que la violencia en que vive el grupo de amigos es consecuencia de la mala calidad de vida, la sobreprotección, de un sistema político rígido y de la falta de un líder moral. A pesar del dominio con el que trata a sus compañeros, la arrogancia y presuntuosidad que Burges le dio al personaje principal, ellos lo traicionan a manera de venganza. Como tarde o temprano pasaría llega a la cárcel, donde en lugar de reformarse para poder ser insertado nuevamente a la sociedad como un individuo calmo y ético, los reclusos se entrenan como personajes más eficaces y violentos a pesar de las intervenciones del guía espiritual y de las medidas correctivas. Una nueva idea de reforma en los sistemas carcelarios llega con el tratamiento Ludovico y Alex es el primer candidato a reformarse rápida y casi milagrosamente con él. En este tratamiento se recurre a la técnica del condicionamiento, derivado quizás del experimento de Pavlov, como una herramienta de inducción y control humano, algo que ya se ha visto en algunos otros libros de este género, como Brave New World de Aldous Huxley. El uso de estas técnicas de tratamiento psicológico quizás sea la respuesta al deseo de controlar a las masas de una manera eficaz y total, de plantar en las mentes una programación que los haga responder de maneras específicas a estímulos varios y así obtener individuos mecanizados, sin voluntad y que cumplan órdenes sin chistar. El problema es que “cuando un hombre no puede elegir, deja de ser hombre”, como dice uno de los personajes en esta historia, las personas sometidas al tratamiento Ludovico enfrentarán reacciones involuntarias y la capacidad de decidirse por el bien o el mal les será vedada. Quitarle la capacidad de decisión a un ser humano es retirarle también su individualidad, su mismidad, la libertad más pura y con esto reducirlo a la calidad de ser automático, mecánico, es decir, una máquina; tendremos una naranja mecánica.

Burges esconde algunas palabras relevantes para la historia en un dialecto llamado nadsat que combina palabras del ruso con algunas de otros orígenes y constituyen un argot hablado por los jóvenes de la novela. Desde mi punto de vista, el uso de este vocabulario es una manera de evitar las palabras reales y evadir su significado e impacto primordial para poder insertarse en un mundo de críticas y censuras. Las descripciones de los delitos son fuertes, aun usando el nadsat como eufemismo, y supongo que si las palabras comunes se hubieran usado en la redacción de esta obra, el impacto en el lector sería más grande. De cualquier manera, el vocabulario nadsat y las onomatopeyas enriquecen la construcción del entorno contenido en el libro, además le dan un reto al lector y lo mantienen entretenido por más canales, no solo el literario, también el lingüístico.

La música juega un papel importante en el relato, Burges nos regala una lista de piezas maestras de grandes compositores clásicos al hacerlas favoritas de su personaje principal. Lo que es más, Alex es un melómano y para su mala suerte, como parte no planeada –pero necesaria- del tratamiento Ludovico, las imágenes que lo constituyen están acompañadas de melodías de sus compositores favoritos, solo para mover más intensamente las emociones del paciente. Como consecuencia, el pobre termina por aborrecer la música y la ultraviolencia, ambos le hacen sentir igual de enfermo. Vemos cómo tanta maldad puede juntarse con la belleza musical en éxtasis, emociones de la misma magnitud y naturaleza.

La lectura de la primera de tres partes en que se divide el libro puede ser tormentosa por el vocabulario desconocido y las descripciones crudas, pero eso es necesario para adentrarse en la historia y comprender el trasfondo, lo que nos llevará a identificar los problemas de esa sociedad reflejados en el individuo. Las últimas dos partes son las que abordan los temas más profundos y que estudian la psicología del personaje, por lo tanto son para mí las más importantes y por lo que este libro llega a ocupar un lugar importante en la literatura. Por las conclusiones a las que llega Burges y su manera de hacérnoslas entender, es que su obra adquiere el valor de un estudio social, no solo de una simple novela de ficción. Aunque nunca logre separarse de su gemela fílmica, La Naranja Mecánica debe leerse por lo que esconde tras el significado inmediato de las palabras, comprenderse con un criterio amplio y sin prejuicios.