miércoles, 23 de marzo de 2011

Arquitectura y los sentidos

Conocemos el mundo a través de las sensaciones que llegan al cerebro a través de los sentidos, con esas experiencias construimos un mundo conocido y nuestro. Los ojos de la piel es un texto crítico que analiza el papel de los sentidos para percibir la arquitectura, y juzga algunas obras a través de la percepción sensorial. La tesis que plantea Juhani Pallasmaa es que en los últimos años la vista ha venido a dominar los canales por los que recibimos información y que esta hegemonía se traduce en edificaciones planeadas para deleitar únicamente al ojo.

Desde la Grecia clásica se le dio un papel dominante al sentido de la vista porque la información que recaba parece sr más aproximada a la realidad que lo que ofrecen los demás sentidos, incluso el oído. Con la invasión tecnológica el ojo recibió aún más atención, arraigando a los demás sentidos, que solo se manifiestan en ocasiones escasas. El tacto, el gusto y el olfato nos acercan a nuestra naturaleza animal y para seguir con el ideal de racionalidad y civilización, todas sus manifestaciones se han reprimido. El contacto físico entre individuos se vuelve tabú en una sociedad donde el espacio vital es importante, e invadirlo constituye una falta a los códigos de comportamiento. De esta manera, se le quita al ser humano de nuestra era, la oportunidad de conocer el mundo de manera integral, por razones higiénicas o sociales. Las caricias son importantes para estrechar los vínculos, desde el primer contacto con otro ser humano establecido entre una madre y su hijo - mother is the first other-; hasta el acto sexual. Michel Foucault en su trabajo titulado La Historia de la Sexualidad critica a la sociedad por reprimir el erotismo, extirpando una parte de la naturaleza humana y esto es solo una muestra de la manipulación social sobre la obtención de experiencias y el desarrollo de un conocimiento del mundo.

El ocularcentrismo nos empuja hacia puntos distantes, promueve el aislamiento y evita una percepción global e íntegra del entorno mediante las sensaciones. Heidegger sostiene que muchos de los proyectos arquitectónicos en las últimas dos décadas han sido vanagloriados por las imágenes que distribuye masivamente la prensa y que expresan narcisismo y nihilismo; contribuyen a bloquear las relaciones interpersonales. Para lograr un impacto masivo, la arquitectura se ha ocupado más de lo visual para llegar al “público”, descuidando aspectos de importancia, mismos que constituyeron el origen de las edificaciones: el espacio que ocupa el hombre y en el cual se desarrolla. Se ha puesto al confort en un estrato inferior para darle lugar a la estética visual y al funcionalismo. La arquitectura ha fijado su razón de ser -raison d’être y raison d’état- en mostrar su mejor ángulo para una cámara digital; la naturaleza volumétrica y tectónica de un edificio se ha rendido ante la fotografía y su mundo plano.

La sociedad virtual exige imágenes del mundo para hacer creíble la fantasía en la que nos sumerge, la fotografía ofrece un punto de vista estéril y único, “nos persuade de que el mundo es más accesible de lo que en verdad es” y aunque sirva para enterarnos de las características básicas de algo –no solo arquitectura- no conoceremos tal objeto o lugar hasta experimentar la atmósfera que nos proporciona; su temperatura, clima, luz, textura háptica, el olor y El Todo que se forma al juntar la información recopilada por esos cinco –o más- canales.

Es a través de la experiencia que podemos crear las ideas para concebir al mundo. Absorbemos recuerdos –los aprehendemos- y con ellos definimos lo que nos rodea, inconscientemente hacemos comparaciones mentales de nuestras experiencias previas con lo que vivimos en determinado momento. Así es como la ciudad puede existir solo porque alguien la percibe, ella está cuando puede ser acariciada visual y táctilmente, cuando emite sonidos y olores que pueden ser decodificados y vinculados a recuerdos de otros lugares y otras historias, otros tiempos.

Como respuesta a los caprichos de una sociedad de vigilancia y represión, se ha recreado la luminosidad en los espacios públicos., los deslumbrantes blancos y la transparencia del vidrio nos crean la ilusión de interactuar con otros. Sin embargo, esa interacción superflua y estéril –literalmente- limitada a transacciones y trámites, en realidad aísla y crea barreras. Mientras la penumbra promueve la imaginación y el encuentro del individuo consigo mismo, la luz bloquea la introspección y es por eso que en los interrogatorios se intimida al acusado con una luz aguda que incomoda y limita el procesamiento de ideas.

La hegemonía del ojo no solo ha desplazado a los sentidos más íntimos, también ha desplazado al oído, a quien también le ha quitado su lugar dominante en la epistemología. Infiero que estos cambios en la jerarquía sensorial se deben, además, al surgimiento y divulgación de la teoría de las inteligencias múltiples de Howard Gardner, a partir de la que surge otra lucha entre la inteligencia visual y auditiva por establecerse en el dominio de la enseñanza.

El sonido, constituye la trama, la urdimbre o ambas, de las experiencias sensoriales, pues no solo es recibido, también se emite y trasciende omnidireccionalmente, dando continuidad a los hechos. Cuando la tradición oral era la manera más eficaz de comunicación, el oído tenía gran importancia. Poco a poco, con el surgimiento de la escritura –medio visual de comunicación-, se libraron dificultades del lenguaje oral y se logró la masificación de la información a un primer nivel y básico. A través de los sonidos podemos percibir la vacuidad de un espacio o sentir la presencia de algo o alguien. Los materiales reflejan y absorben el sonido de maneras distintas, con esto podemos distinguir sus texturas, durezas y porosidades, e incluso explotar estas características. Durante el gótico, se alcanzó la mayor explotación de las cualidades reverberantes de la piedra y junto con la música –instrumental y vocal. Se le imprimió un sello tridimensional y sonoro a la arquitectura; se construyó con y para el sonido.

La arquitectura sirve, como toda obra de la expresión humana, a congelar un instante de la sociedad y a retratar su cultura en ese momento. En ocasiones, es la expresión de los cánones de belleza, una estética que se mantiene estática reflejada en vidrio, hormigón y acero, es una muestra de atemporalidad. Uno de los deseos humanos más arraigados es el de trascender en el tiempo, y las edificaciones retratan ese anhelo con la inmortalidad aparente que expresan. Buscamos materiales que no se desgasten ni envejezcan, materiales que mantengan lo más posible su estado original. Si viéramos al edificio –inerte- envejecer, nos aterraría darnos cuenta de lo efímero de nuestro estado, de nuestra vida y proyectamos ese temor en la arquitectura. Nuestro miedo a los rincones oscuros, al acumulamiento de polvo y a la erosión, nos quita además de la tranquilidad, la oportunidad de sentir una evolución a nuestro alrededor, sentir el paso del tiempo. Muros blancos inmaculados y superficies lisas y brillantes emiten el mensaje de “No me toques”, pues se deja una marca a la que seguirán muchas otras y se convertirán en una pátina que constituye la prueba del envejecimiento que nosotros no podemos desligar de la muerte, una cosa lleva a la otra. Tocar, oler y probar, son acciones transgresoras del orden higiénico e imperturbable en el que estamos envueltos, la arquitectura y el ser humano se divorcian y hacen su vida aparte.