miércoles, 11 de agosto de 2010

Ambystoma

No se que ha pasado por aquí. Apenas entro y una grán montaña de papeles, fotos y recuerdos me tumbó al suelo. Me gustaría saber dónde y cuándo estoy pero quizás eso deba esperar porque empiezo a sentir un dolor chiquitito en la rodilla izquierda y algo tibio que escurre por ella.
Los urodelos. Fueron ellos los que me tomaron en la noche de mayo, me han llevado lejos para curar sus pielecillas verdes y moteadas. Endemoniados animalejos caudados, era más fácil tocar a la puerta y pedir el favor de untarles yogurt amarillo en las espaldas y branquias. Recuerdo el olor a... anfibio caramelizado y suave. Yo supongo que estuve ahí con ellos solo unos meses pues las droseras aún no mueren y las dioneas siguen luciendo sus manitas rojas.
¿Qué suena tan fuerte contra la ventana? Caen del cielo gotas, el mar y el cielo cambiaron de lugar y ahora todo se precipita, busca recuperar su puesto original. ¿Qué escurre por mis mejillas? Sabe a sal y es fresco, pero no dulce como los arándanos. ¿Por qué estoy llorando? ¿Quién es el que se recarga en el tronco de la pasionaria y duerme? Es Julio quien reposa en la tierra húmeda y rica.
No me siento en casa, se ha vuelto más cómodo sentarme en el pasto y esperar que el mar sin sal se caiga, así puedo sentir algo del frío y de lo húmedo que tiene la casa del urodelo eterno. El más bello, el más lindo y el más complejo. Y creo que yo lo maté.

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