jueves, 12 de agosto de 2010

Carta declaratoria para Don A.

Debo dejar el tono formal y el sentido engomado en el que siempre me dirijo a vuestra merced para escribirle esta carta en la que pongo todo mi sentimiento y mi alma. Sepa usted que lo respeto y admiro enormemente y espero que esto no cambie ni un palmo el concepto en el que se ha englobado nuestra amistad.
Le confieso que después de escuchar algunos segundo su voz en el Podcast, he descubierto que lo único que adoro más que leerle es escucharle. Esa voz tibia y envolvente que puede romper el estado de tristeza más profunda. Debí pausar la reproducción para iniciar esta declaración, si no lo hacía, me hubiera enredado en las letras de sus correos, sus fotografías y los recuerdos.
Sé que tengo la oportunidad de escucharle y tener la dicha de que sus palabras se dirijan justa y exclusivamente a mí, solo me costaría pulsar algunas teclas del celular y esperar su saludo después de tonos, breves tonos de llamada. Pero -disculpe mi debilidad- no tendría la fuerza para despedirme y colgar después de que usted se haya disculpado amablemente por tener que abandonar la conversación, su familia espera.
Tampoco me atrevo a dejar el Usted, ya sé que dije que debía dejar las formalidades, mas no me atrevo a decirte tú, por miedo a confundir el acercamiento y darle muerte a la poca lucidez que me queda. Créame, si lo hiciera, cosa horrendas pasarían.
Disculpe el atrevimiento mi estimado señor, puede estar seguro que el enamoramiento me dura pocos meses y que espero que esto pase pronto, solo deberá esperar a que la fiebre se me baje. Espero que eso suceda antes de la próxima vez que lo escuche.

Sinceramente. S.

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