lunes, 3 de octubre de 2011

Otra flor amarilla



Fue tal como comer una frambuesa dulcificada lentamente en el refrigerador, una sensación fresca y dulce que se desvanece con la frustración que dejan las pequeñas semillas cuando se atoran entre las muelas. Una gran incomodidad. Así fue una de las últimas veces que la vi, hundida en una congoja parcialmente injustificada que se disfrazaba de sillón negro.




Me enamoré de un recuerdo mezclado con ilusión, una quimera que se vuelve musa.




Aún no me cortaba el cabello, aún podía hacerme dos trenzas largas que caían sobre mis hombros, aún llegaba con tiempo a los conciertos. Esta vez, ese reverendo irreverente presentaba Vinagre y Rosas en la ciudad, yo no pude faltar. Al segundo trago de líquido frío en el lobby de piso helado y negro pude ver, envuelta en pláticas y asombros a esa mujer de tantas letras y tanto sabor. Era muy difícil no ver aquella mancha amarilla en un fondo negro, una mujer de piel canela y cabello corto que volteaba intentando encontrar algo o alguien. Una mirada perdida en esa encantadora luz amarilla de ojos profundos y acento extranjero. El planeta dejó de girar.




El mate que se cae en la duela oscura y toca las fibras del tapete, olor a libro cortazariano, a tinta china y a perfume de mujeres.




Yo iba acompañada, pero a partir de ese momento, todas las canciones las canté para ella. Cada suspiro y respiro eran para ella, porque el amor de mi vida estaba en algún asiento de ese auditorio, escuchando esas letras. No importa que no pensara en mí, yo sí en ella y eso basta. Basta para darme un fin de semana luminoso, para tener a alguien a quien no debo defraudar, alguien por quien luchar.




Un departamento en el centro con cortinas de encaje y picaportes de porcelana, un estudio blanco y una gran biblioteca.




Terminó con aplausos y semillas de frambuesa, los tacones ya me hacían doler los talones y no la vi más. La extraño, como no. Ansío encontrarla en Las Diligencias, pedir té de almendras con leche y verla en la mesa de al lado, saludarla en la calle, recordarla y pensarla una y otra vez y de nuevo.

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